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Entre la producción y la conservación

Estudios del Iret-UNA han determinado que la Laguna Madre de Dios en el Caribe, tiene una presencia constante de plaguicidas y nutrientes que puede afectar su ecosistema acuático.

Julio Knight un botero y líder comunal junto a su familia, son vecinos de la Laguna Madre de Dios desde hace muchos años. Un día común salió de su casa y encontró gran cantidad de peces muertos bajando del río hacia la laguna. Preocupado por la biodiversidad en la laguna y el impacto que esta imagen podría tener en la actividad turística que desarrolla su familia al poseer un humilde restaurante y ofrecer paseos en bote hacia los canales de Tortuguero, decidió enviar unas muestras de peces y agua al Instituto Regional de Estudios en Sustancias Tóxicas de la Universidad Nacional (Iret-UNA). Así dio inicio, en el 2003, un proyecto importante en la región, destinado a monitorear el impacto de la escorrentía de plaguicidas hacia la laguna Madre de Dios y sus principales afluentes.


El Caribe costarricense se caracteriza por tener amplias plantaciones principalmente de banano, seguido de piña y, en menor cantidad, de arroz; todos cultivos extensivos que requieren de paquetes tecnológicos intensivos para combatir las plagas y malezas. La lluvia abundante que cae en la zona produce que estos agroquímicos se laven del suelo y de las hojas de las plantas para fluir, en gran parte, por los canales de drenaje que llegan hasta las quebradas y los ríos que alimentan las lagunas costeras ubicadas a lo largo de la costa del Caribe, al norte de Limón.




“En el primer proyecto, que finalizó en el 2012 y se hizo en conjunto con el Departamento de Física, buscábamos evaluar el riesgo ecológico de la escorrentía de estos plaguicidas en el río y la laguna Madre de Dios. A través de estos años, y con el apoyo de científicos y estudiantes de Costa Rica, Suecia, Holanda y otros, se logró determinar la presencia constante de plaguicidas y nutrientes, tanto en los afluentes de la laguna como en ella misma, así como efectos en los organismos que habitan en el sistema”, dijo Clemens Ruepert, investigador y coordinador de este proyecto.


La dinámica en la laguna, de acuerdo con Ruepert, es compleja debido a su conexión con los ríos Pacuare y Madre de Dios, así como con el sistema de canales que se extiende hacia el sur de Moín. Además, recibe agua dulce de los ríos Pacuare, Madre de Dios y agua salada del mar, y protege una gran diversidad de organismos acuáticos y terrestres, entre ellos peces de interés económico como sábalo, pargo y guapote.

En las muestras de agua superficial recolectadas en la zona desde hace varios años, se ha encontrado la presencia de plaguicidas como ametrina, carbofuran, clorotalonil, diazinoesde, diuron, difenoconazole, epoxiconazole, etoprofos y otros, así como altas concentraciones de nutrientes.

Vigencia

En una nueva propuesta, que inició en el 2016 y está vigente hasta el 2018, los investigadores del Iret-UNA proponen continuar con el monitoreo de contaminantes y, además, evaluar la variabilidad climática y cambios en el uso del suelo sobre la biodiversidad en la Laguna Madre de Dios; en ella colabora un equipo interdisciplinario del Iret-UNA, el Departamento de Física, el Inisefor y un biólogo marino, quienes buscan desarrollar indicadores de los factores de estrés que se puedan utilizar en otros humedales costeros en el trópico.


“En este momento se carece de información detallada sobre la biodiversidad en la laguna, lo que aunado a la evaluación constante de contaminantes, la variación climática , la dinámica hidrológica en la laguna y los cambios en el hábitat y el uso del suelo en la zona, permitirá la detección temprana de alteraciones ambientales, la implementación de medidas de mitigación del impacto y la generación de indicadores para un manejo más sostenible de la laguna costera”, explicó Ruepert.


Durante estos años aquella imagen que presenció desde el inicio se repite en la zona. Los análisis del Iret-UNA han demostrado que la afectación a los organismos acuáticos está ligada con las actividades agrícolas de la región y su impacto se centra, principalmente, en el impacto a los ecosistemas, la preocupación de los pobladores y la mala imagen para el turismo.


“Como país se tienen que tomar decisiones importantes. Por un lado tenemos la conservación de la biodiversidad, motor del turismo en la zona, y por el otro un crecimiento desordenado y extensivo de la producción agrícola que le genera mayores ingresos al país. Urge aprobar políticas que tomen en cuenta estos factores y planifiquen de una manera adecuada la actividad productiva del país”, puntualizó Ruepert.

Corazón holandés en suelo tico

Clemens Ruepert llegó a Costa Rica en 1991, venía desde Holanda para apoyar la creación de un laboratorio para los análisis de plaguicidas, dentro del Programa de Plaguicidas, Desarrollo, Salud y Ambiente, proyecto apoyado por un convenio de cooperación con Suecia. A su lado también vino su pareja, Marjon Belderbos, quien, con su título en trabajo social, empezó a trabajar en la antes llamada Escuela de Ciencias del Deporte. Cuatro años después y una vez finalizado el convenio, la pareja volvía a su tierra con una niña de seis meses en brazos y la satisfacción de haber alcanzado la meta propuesta.




Como sellado por el destino, en 1997 Ruepert fue llamado nuevamente para incorporarse a la UNA. Con su pareja, su hija y un bebé de seis semanas meses, volvía a Costa Rica, esta vez para quedarse, pues actualmente su pareja se incorporó al Centro de Investigación y Docencia en Educación (Cide-UNA), donde actualmente coordina la Maestría en Pedagogía.


Desde entonces, Ruepert es el coordinador del Laboratorio de Análisis de Residuos de Plaguicidas del hoy Instituto Regional de Estudios en Sustancias Tóxicas (Iret-UNA), desde donde un equipo de trabajo interdisciplinario, realiza importantes aportes a la investigación y formación de profesionales para el beneficio del país.

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