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Del laboratorio al mar: Biólogos de la UNA asesoran a pescadores del Pacífico

Óscar Pacheco afina su microscopio. María Fernández prepara sus redes. Óscar revisa minuciosamente la calidad del agua de su laboratorio, mientras María zarpa en su panga. El primero es biólogo marino de la Universidad Nacional (UNA), la segunda es vecina de la Isla de Chira. Aunque parecen relatos distintos, ambas son las caras de una misma historia, la que se teje desde hace varias décadas en la Estación de Biología Marina Juan Bertoglia Richards de la UNA, en Puntarenas. Una historia en la que los ganadores se cuentan por cientos, y van desde pescadores artesanales y productores de ostras, hasta biólogos marinos realizados.


Granjas flotantes


En Puerto Palito, Isla de Chira, unas boyas, ubicadas a pocos metros de la costa, advierten que nos aproximamos a algo diferente. Grandes “linternas”, confeccionadas con mallas son el hogar de cientos de ostras, las cuales son pacientemente cultivadas por decenas de pescadores, son las conocidas granjas ostrícolas: “esta labor es como atender un bebé recién nacido, hay que darle cuido, amor y empeño, sacrificio y esfuerzo; es un trabajo de sol a sol”, asegura Guiselle Sequeira, vecina de la Isla de Chira.




Y es que el proceso completo, desde que se introduce la ostra en la granja, con un tamaño cercano a los 2 milímetros, hasta su extracción, cuando alcanza un tamaño de 6 centímetros, puede tomar 6 meses. “Es en ese momento cuando la ostra que llamamos japonesa ya tiene su talla comercial, ha crecido aferrada a las linternas, y está lista para la venta, entonces las sacamos, las traemos a la orilla, y aquí en la playa las clasificamos por tamaños. Luego les hacemos una depuración de 24 horas en tanques con agua recirculada y luz ultravioleta, para evitar que hayan bacterias y otros contaminantes. A partir de ahí las comercializamos con restaurantes o intermediarios”, narra María Fernández, productora ostrícola de Chira.




Sin embargo, el éxito del proceso no sería posible sin la intervención estratégica de los especialistas de la Estación de Biología Marina de la UNA en Puntarenas, quienes producen las “semillas” de ostra para ser entregadas a las comunidades costeras. “La ostra aquí en nuestros laboratorios crece más rápido, esto permite optimizar el proceso, de tal manera que periódicamente a ellos se les proporciona con un tamaño cercano a los 2 milímetros, ya lista para su mantenimiento, cuido y engorde en las granjas”, comenta Óscar Pacheco, biólogo marino de la UNA.


Cientos de habitantes de pueblos ubicados en el litoral pacífico como Puerto Palito en la Isla Chira, Colorado de Abangares, Costa de Pájaros, Punta Morales, Punta Cuchillo en Paquera y La Palma en Rincón de Osa, aplauden el rol de la UNA, porque viven de esta actividad. “Muchas familias dependemos de esto y el papel de la Universidad es esencial, si no tuviéramos este apoyo, no podríamos sostener este proyecto”, concluye Fernández. La satisfacción también alcanza a los científicos de la Estación de Biología Marina de la UNA: “lo más gratificante es ver que no nos quedamos sólo en la investigación, en los documentos, en la UNA dimos el siguiente paso que es transferir el conocimiento a las comunidades; además de la semilla que se les da, hay un acompañamiento técnico y empresarial”, explica Gerardo Zúñiga, encargado del Laboratorio de Cultivo y Reproducción de Moluscos de la UNA.


Por la salud del golfo


Si de investigaciones que brincan de las gavetas al mar hablamos, hay que citar el Proyecto de muestreo y evaluación de recursos pesqueros de la Estación de Biología Marina de la UNA. Metodologías de punta, permiten a los expertos elaborar un “inventario” del recurso marino disponible en el Golfo de Nicoya, el área de mayor explotación pesquera de Costa Rica, y con ello, emitir criterios científicos que sirvan de base para generar políticas promotoras de pesca responsable.


Para lograrlo, los biólogos marinos navegan por horas, y ayudados por pescadores artesanales, extraen algunas muestras de la especie bajo estudio, en este caso lo hacen con la anchoveta, pez utilizado como carnada para la pesca comercial. “A solicitud de Incopesca hacemos una estimación de la biomasa; es decir, la cantidad de anchovetas que puede ser explotada en el golfo. Así garantizamos la perpetuidad de esta especie, asegurándole el sustento a estos pescadores durante los próximos años. Nos llevamos también algunas muestras y hacemos un análisis biométrico que es medir y pesar, para tener información sobre las características del crecimiento de la especie”, sostiene Luis Hernández, biólogo marino de la UNA.


De nuevo, los ganadores los encontramos en la playa y en los laboratorios: “imagínese que para nosotros esto es importantísimo, nos beneficia para que siga habiendo pescado en el golfo, es nuestro sustento”, afirma Henry Caravaca, pescador de Paquera. “El uso sostenible consiste en no llegar a excesos, saber cuánto podemos aprovechar de las especies. Hay un sector muy importante de este país, las comunidades costeras, que dependen de este recurso”, concluye Rosa Soto, investigadora de la Estación de Biología Marina de la UNA, con sede en Puntarenas y coordinadora del Laboratorio de Análisis Biológicos Pesqueros.


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