Baja inflación: ¿realidad o percepción?
El comportamiento de la inflación en Costa Rica durante el último año, medido por el Índice de Precios al Consumidor (IPC) que mensualmente calcula el INEC, ha sido particularmente llamativo: doce meses consecutivos de variación interanual negativa.
Hay que recordar que la inflación es definida como el aumento generalizado en los precios de los bienes y servicios en una economía durante un periodo determinado. Se aproxima mediante el IPC, el cual mide la variación en los precios de una canasta compuesta por 315 artículos de mayor consumo entre los hogares costarricenses, el hecho de que la inflación sea prácticamente nula no significa que todos los artículos hayan mantenido su precio, puede ser que algunos suban y otros bajen incluso, pero al final como promedio el resultado da una contención en el nivel de precios.
Sin embargo, pese a que la inflación se ha mantenido “baja y estable”, incluso con variaciones negativas, los costarricenses tienen la percepción de que el costo de la vida sigue creciendo y que Costa Rica continúa siendo un país caro, lo cual se puede explicar por el comportamiento en el consumo y en el ingreso de los costarricenses.
Por un lado, las familias no consumen los mismos bienes y servicios. Un claro ejemplo son los combustibles, ya que no todas las familias poseen un automóvil. De igual forma sucede con los medicamentos, cuyo consumo es más alto en los hogares con adultos mayores o con miembros con padecimientos crónicos como la diabetes o la hipertensión. También es posible que algunas familias consuman cada mes más bienes y servicios; es decir, que gasten más y por consiguiente su ingreso les alcance cada vez menos.
Además, el endeudamiento suele ser uno de los principales costos que reducen el presupuesto destinado a consumo. Una familia que se encuentre ahorrando en los principales rubros de su canasta de consumo pero debe destinar una parte de su ingreso a pagar un crédito de vivienda, una tarjeta de crédito, entre otros, probablemente tenga la percepción de que los precios no han bajado y que más bien todo está más caro porque su capacidad de ahorro es escasa o nula.
Por otro lado, la estabilidad y el crecimiento de los ingresos determinan la capacidad de consumo de las familias. Por lo general el incremento en los salarios tiene como base la inflación, y por tanto, si la inflación es baja, los ajustes salariales también son bajos. Adicionalmente, no todos los trabajadores asalariados reciben semestralmente los ajustes salariales, por lo que es probable que su poder adquisitivo no mejore a pesar de la baja o nula inflación.
Además, las condiciones actuales de empleo han limitado los ingresos de un importante número de la población, con lo que aunque los precios se mantengan estables, perciben los precios altos pues el ingreso es insuficiente. La tasa de desempleo abierto se mantiene rondando el 9-10%, y cerca del 42% de los trabajadores del país trabajan en la informalidad, por lo que posiblemente, en lugar de mejorar sus ingresos, puede ser que más bien hayan empeorado, lo que se traduce en una pérdida de poder adquisitivo, a pesar del mencionado comportamiento a la baja de los precios.
De esta manera y tomando en consideración los aspectos anteriores, la baja inflación de los últimos meses no implica necesariamente que el poder adquisitivo del ingreso de todos los hogares se haya incrementado, en realidad seguimos viviendo en un país relativamente caro que requiere de una articulación de políticas de fomento productivo y de potenciación de las capacidades humanas de alcance generalizado, que permitan un incremento sostenido de la productividad laboral, y con ello, una mejora sustantiva de los salarios reales, especialmente de los más bajos.
Diego Zárate Montero, académico e investigador del Observatorio de la Coyuntura Económica y Social (UNA).
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