Rinden homenaje a Yolanda Oreamuno en el centenario de su nacimiento
El miércoles 13 de abril, la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje y el Instituto de Estudios de la Mujer (IEM) de la Universidad Nacional (UNA), realizaron un homenaje en el marco del centenario del natalicio de la escritora costarricense Yolanda Oreamuno.
Yadira Calvo ("Yolanda Oreamuno: rompiendo la medida") y Carlos Francisco Monge ("Los territorios literarios de Yolanda Oreamuno"), recordaron la influencia de la intelectual en el pensamiento de la época, y sus alcances en la actualidad. De igual forma, Gabriel Baltodano, moderador de la actividad, presentó una reflexión sobre los alcances de la obra de Oreamuno, particularmente de su novela La ruta de su evasión.
Gabriel Baltodano, Yadira Calvo y Carlos Francisco Monge, durante el homenaje al centenario del nacimiento de Yolanda Oreamuno, el 13 de abril de 2016.
Como señala la Editorial Costa Rica en la página dedicada a la autora, Yolanda Oreamuno es "personalidad clave en la novelística femenina costarricense, la primera escritora que expone y se rebela contra la situación de la mujer en la sociedad de nuestro país, en la primera mitad del siglo XX".
Como un homenaje del aporte de Yolanda Oreamuno a la literatura costarricense, CAMPUS publica, íntegras, las conferencias de Carlos Francisco Monge, Yadira Calvo y Gabriel Baltodano.
YOLANDA OREAMUNO ROMPIENDO LA MEDIDA
Yadira Calvo
Creo que algo que ayuda a entender la actitud y la obra de una o un escritor a lo mejor podría si para su nacimiento Marte hacía conjunción ascendente con Saturno y cosas así, pero ahí no vamos a entrar. Lo que sí es importante es la época en que le tocó vivir, lo que entonces ocurría y sobre todo lo que entonces se pensaba. Por eso quiero comenzar mi exposición señalando que Yolanda Oreamuno nació el 8 de abril de 1916. Un año después comenzó en el país la dictadura de los Tinoco. Y un año antes Luis Felipe González Flores declaraba a la prensa que las mujeres eran débiles, maleables, de imaginación dispersa y atención superficial, incapaces “de crear, de sacar conclusiones propias”; con “menor espíritu crítico” y “menor discernimiento” que el hombre”. Por lo tanto, resultaba “muy conveniente en lo posible evitar su acceso al magisterio” (La carrera magisterial era única por entonces a la que les era posible acceder). Pero si a pesar de las advertencias, alguna metía cabeza en hacerse maestra, debía permanecer soltera. Al casarse su deber consistía en dedicarse a “su casa”, donde era “reina”[1]. Es la idea de la educación como un tránsito hacia el matrimonio, que años más tarde critica Yolanda. En el momento de estas declaraciones, Luis Felipe era Secretario de Instrucción Pública y subsecretario de Estado, además de fundador de la Escuela Normal. Hoy es Benemérito de la Patria. Este tipo de conceptos debió haber tenido gran arraigo en el país, por lo que luego se verá.
Cuando Yolanda tiene 7 años, se funda La Liga Feminista, cuyas mayores campañas por el sufragio femenino se produjeron en 1925, en 1929, en 1931, en 1932, en 1934, en 1939, en 1943 y en 1947, o sea durante toda su juventud hasta sus 30 años. En el mismo año de 1932, cuando se da una de las campañas por el sufragio, ella tiene apenas 16 años y participa en el Colegio de Señoritas en un certamen de ortografía, que ganó junto con otra compañera. Se trataba de desarrollar un tema que respondiera a la pregunta “¿Puede la mujer tener los mismos derechos políticos que el hombre?”. Ella opina que no: “La mujer que quiera sentarse en las sillas del Congreso, –dice– la que quiera vivir esa vida agitada y pujante de la política, que selle las puertas de su casa y anule su personalidad”. ”La mujer no puede, ni debe tener los mismos derechos políticos del hombre”. “El día en […] esté a la par del hombre en el plano político, habrá dejado de ser ella para ser él”. “Nosotras –dice Yolanda– tenemos un derrotero que debemos agrandar, depurar y seguir, pero si queremos abarcar bajo nuestro poder, los que hasta hoy han sido derechos del hombre, no podremos cumplir con nuestra misión primordial, la de educar”[2]. Esa misión de educar no era, desde luego, la del ejercicio del magisterio, sino la del ejercicio de la maternidad, al que debemos las mujeres el acceso a la educación formal. Venía de medio siglo atrás.
Ya en 1838 Francisco María Oreamuno, que luego llegó a ser Jefe de Estado, afirmaba: “No es posible pasar en silencio [que] la educación del bello sexo, aunque indirecta, activamente influye en la felicidad de los pueblos”[3]. Y en 1867 el prócer José María Castro Madriz declaraba que “la providencia ha señalado a la mujer funciones en la felicidad de la familia como influentes en la tranquilidad y en el progreso de la nación”. Se volvió epigráfica aquella frase: “En el regazo materno se forma el corazón del hombre, y de ese regazo ha de levantarse villano o caballero”. La carga que este modo de conceptuarlas pone a las mujeres es enorme. A juicio del prócer, de ellas dependía “en mucho que las familias tuvieran padres y hermanos buenos, los hombres amigos fieles, y la sociedad gobernantes probos, jueces rectos, eclesiásticos dignos y ciudadanos útiles”[4]. O sea, se las educaba no como personas sino como herramientas, se les adjudicaba un destino relativo, en función del hombre, la familia, la sociedad. Está claro que en su texto Yolanda se manifiesta adherida al discurso oficial sobre la misión doméstica y educativa de la mujer. Por eso no puede ponerse de parte de las sufragistas.
La verdad es que tampoco Carmen Lyra comulgaba con el sufragismo. En 1933, en un “Llamamiento a las mujeres de la clase trabajadora de Costa Rica”, declaraba que “eso del feminismo” era “un absurdo”. Por la época del discurso de este llamamiento, Yolanda participó en un concurso de belleza como candidata de La Hora, un periódico dirigido por José Marín Cañas, donde se la propone como “arquetipo de la belleza perfecta”, con las medidas de Miss Universo, exactas; y se la describe como “una mujer ágil, alta, fuerte, deportista, inteligente, elegante, sobria en el atavío[5]. El tema de su belleza fue siempre reiterativo y tal vez tenga razón Lilia Ramos cuando señala que sus “encomiadores fervientes colocaban así un velo grueso y oscuro sobre la autora espléndida”[6].
Yadira Calvo, escritora.
Autora que no tuvo mucha formación. Ni siquiera desempeñó un trabajo relacionado con el intelecto. Había estudiado mecanografía y secretariado y se desempeñó en esos campos pero también diseñó ropa, cosió, fue choferesa, y empleada de una compañía aérea. En su época las mujeres lo tenían difícil para acudir a las universidades. Por eso señala Marín Cañas que Yolanda “entre el segundo y el tercer libro, quiso hacer su cultura. Una cultura rápida, de lecturas atropelladas”[7]. Si esto es así y seguimos la cronología de Valbona, su segunda novela es Dos tormentas y una aurora y la tercera, Casta sombría, y ambas estaban escritas al menos parcialmente en 1944, lo que nos da un período de preparación verdaderamente reducido.
En 1938 Yolanda manifiesta, respecto de las mujeres, un punto de vista muy diferente al que tenía en su adolescencia. En este año, como parte de las celebraciones del cincuentenario del Colegio de Señoritas, se realiza un Congreso Pedagógico con la participación de muchas sufragistas, no exactamente feministas porque todas manifestaron en sus ponencias un pensamiento muy conservador. Para la misma líder del movimiento, Ángela Acuña, el feminismo debería enseñar a la mujer la técnica laboriosa de ser madre, el perfeccionamiento de los códigos morales, para ennoblecer el amor […] y mostrar al hombre su verdadero rumbo ante el trabajo y las pasiones”[8]. El mismo discurso de Castro Madriz a 71 años de distancia.
Como parte de las celebraciones en que se inscribe el Congreso, el Colegio abre un concurso literario con el tema “Medios que Ud. sugiere al Colegio para librar a la mujer costarricense de la frivolidad ambiente”. En él Yolanda Oreamuno participa sin éxito: solo obtuvo el quinto lugar. Pero terminado el concurso, su texto se publica en Repertorio Americano, en el número correspondiente al 5 de noviembre de 1938 en la sección “¿Qué hora es?[9]”, razón por la cual se le llegó a conocer con ese nombre.
En esta atmósfera tristemente patriarcalizada del Congreso Pedagógico, Yolanda, de 22 años, rompe en sí misma el estereotipo de feminidad de González Flores (ni débil, ni maleable ni falta de discernimiento o espíritu crítico). Se da cuenta de que el problema fundamental está en la educación comenzando desde el hogar y se plantea: “¿Se educa a nuestras muchachas para que sean buenas señoras de casa, correctas esposas y fuertes madres, o se las educa para que tomen una activa parte en el conjunto social, dentro y fuera del hogar? Si es exclusivamente lo primero, entonces la labor del Colegio en sí está reñida esencialmente con la educación familiar, desde donde se malea la personalidad de la mujer haciéndola creer que su único destino está en el matrimonio”.
A partir de ahí, Yolanda desarrolla su tema analizando las contradicciones implícitas en una educación que no sirve a los intereses de las mujeres porque, como dice ella, no se les enseña a pensar ni a desarrollar ambiciones económicas e intelectuales propias. Como consecuencia, “la ambición queda muerta al nacer: La trama social […] ha cometido el aborto”. Yolanda plantea la necesidad de una educación que enseñe a las mujeres a pensar, a juzgar, a razonar, a “externar sus opiniones” y “seguir su propia ruta de pensamiento”. Con esto le echaba la pulga detrás de la oreja a una sociedad cuya única oferta para las mujeres era el reinado de un hogar en el que, tal como ella denunciaba, el padre era a la vez puerta y llave.
Igual de estorbosas deben haber resultado sus críticas planteadas en “El último Max Jiménez ante la indiferencia nacional”, de 1939; “El ambiente tico y los mitos tropicales”, y “Protesta contra el folclore”, ambos de 1940. En el primero critica la “modorra ciudadana”, “la seca epidermis local”, y afirma que “en Costa Rica es necesario morirse para recoger el reconocimiento póstumo de este pueblo desdeñoso y pasivo”. En el segundo denuncia el sistema de bajonazos de piso a quienes levantan “demasiado la cabeza”, el choteo, la mala educación, la falta de responsabilidad, la “inercia patológica”, la falsedad de la propaganda turística. Distinguiendo entre una democracia activa y otra pasiva, afirma que “vivimos la segunda y cantamos la primera en el Himno Nacional”.
En la “protesta contra el folclore” declara estar “Harta” (con mayúscula y en cursiva) de esta “calamidad” con la que es necesario terminar. Reitera esta posición en una entrevista en México tres años más tarde, lo que le vale las iras de Fabián Dobles. En la entrevista, refiriéndose a La ruta de su evasión, ella afirma adherirse a la tendencia literaria “psicoanalítica y socialista” y rehuir el folclorismo que es, según declara, “el tipo de novela que más cultivan los escritores costarricenses”. Esto por estimar –dice ella– “que como en Costa Rica no hay material suficiente para tratar esos temas, resultan, por lo mismo, artificiosos y falsos”. Fabián Dobles, dos años menor que Yolanda, considera “una tremenda herejía” declarar lo que ella declara de la novela folclórica en el país. Implícitamente la acusa de entrar en “el círculo vicioso de no poder ver por no hacer el esfuerzo de buscar capacidad para ver”; y de “querer echar en moldes supercivilizados vidas y esfuerzos, […] que no han podido ser jamás supercivilizados por diferencia de latitudes humanas”. “Pero –dice Fabián– está de Dios que mucha de la cultura europea que absorben nuestros intelectuales se les indigeste, hasta el punto de que se ponen a hacer lo contrario de lo que haría un hombre nacido, criado, nutrido desde la raíz infantil en medios europeos”[10].
Igual Abelardo Bonilla manifiesta bastante ambigüedad sobre la obra de Yolanda y todos sus elogios están contrapesados con críticas adversas. Por ejemplo, afirma que en ella “la mujer eclipsó a la escritora y no llegó a madurar y a condensarse en esta”; que “se empeñó en retar a la vida y en superar, en el campo de las bellas letras, lo que la vida no quiso darle. A juicio de Bonilla, “en esta empresa fue más allá de sus posibilidades”. Cree que en La ruta de su evasión “revela plenamente la vitalidad y la ambición artística de la escritora en choque con sus limitaciones”. Y en fin afirma que Yolanda “creció prematuramente para las letras y que su propia personalidad frustró en gran parte sus excepcionales condiciones de escritora”[11]. En otras palabras, para Bonilla, Yolanda es una escritora que se quedó en promesa por estirarse más allá de donde le llegaba la cobija. No obstante, sabemos por la misma Yolanda en carta a José Sancho, que su ambición era “salir de la medida”. Eso, dice ella, “es lo que yo deseo; es aquello por lo que trabajo; es aquello a lo que puedo sacrificarle todo, sin que ese todo sea casi sacrificio”[12]. Esto nos hace pensar que las críticas como la de Bonilla, en que se le acusa de no dar la medida, se deben más bien no a que no la alcance sino a que ella la rompe, lo que ella misma define como un lugar “donde tú estás solo, absolutamente solo[13]”.
De hecho, estuvo sola, y viendo posiciones como la de Bonilla y la de Dobles, no es extraño que Yolanda decidiera irse del país y adoptar la nacionalidad guatemalteca. No es extraño tampoco que en carta a García Monge le dijera: "Quiero que si algo de valor hago yo en el ramo literario, mi trabajo pertenezca a Guatemala, donde he tenido estímulo y afecto, y no a Costa Rica donde, fuera de usted, todo el mundo se ha dedicado a denigrarme, odiarme y ponerme obstáculos. Deseo que nunca se me incluya en nada que tenga que ver con Costa Rica y que mi nombre no figure en ninguna lista de escritores ticos, porque mi trabajo y yo pertenecemos a Guatemala"[14]. Aunque, señala Rima de Valbona: “Quejas, reproches y aspavientos contra su tierra son más bien una afirmación de su ser de costarricense herido en lo más hondo”[15].
En “Mi mujer y mi monte”, de 1938, compara su mundo de mujer civilizada con el de Socorro, la protagonista del relato que ahí comenta, una campesina analfabeta: “En dos mundos distintos –dice–, más cerrado el mío, se mide por calles, mientras el de ella por horizontes; acaso ella tiene cercas de alambre o cortinas de árboles, mientras yo paredes de cemento armado; con un ritmo diferente, ella soles y yo relojes”. Calles, en oposición a horizontes; cemento armado en oposición a cercas de alambre y árboles, relojes en oposición a soles, todos los elementos con que Yolanda representa su propio mundo son símbolos de opresión.
Después de Guatemala, Yolanda se fue a México, donde murió. Fue enterrada por un pequeño grupo de amigos, un lluvioso 9 de julio de 1956. En su caso se hizo profético aquello que declara en “Vela urbana”, de que “tal vez solo a la muerte se llega demasiado temprano”. Tenía apenas cuarenta años. Su obra solo empezó a ser valorada unos 6 años después, porque “el reconocimiento de este pueblo desdeñoso y pasivo”, al menos en su caso, sí que llegó demasiado tarde.
[1]Todas las referencias a Luis Felipe González Flores están tomadas de sus declaraciones a La Prensa Libre, 16 de junio de 1915.
[2] Alexánder Sánchez Mora, “Mujer, política y música: dos textos olvidados de Yolanda Oreamuno; en línea: http://revistas.ucr.ac.cr/index.php/filyling/article/view/1741/1714
[3] Andrés Fernández, “Educando al bello sexo”; en línea: http://www.nacion.com/archivo/Educando-bello-sexo_0_1153484680.html
[4] José María Castro Madriz, “Educación de la mujer”. En Luis Ferrero. Ensayistas costarricenses, San José: Antonio Lehmann, 1971. p. 95.
[5] Alexánder Sánchez Mora, “Tras el mito de Yolanda Oreamuno”; en línea: http://wvw.nacion.com/ancora/2008/abril/06/ancora1483490.html
[6] “Yolanda Oreamuno en mi recuerdo eviterno”. En: A lo largo del corto camino. Editorial Costa Rica, 2ª. ed., 2011, p. 168. Las citas que en adelante se hacen de Marín Cañas, Fabián Dobles, y Abelardo Bonilla pertenecen a esta obra, por lo que en ellas solo se consigna el nombre del artículo y la página.
[7] José Marín Cañas, “La inevitabilidad de su presencia”, p.189.
[8] “El misterio sexual”, ponencia inédita.
[9] Todas las citas que aquí se hacen de este y otros textos de Yolanda están tomadas de la misma edición de A lo largo del corto camino que se ha referenciado antes.
[10] Fabián Dobles, “Defensa y realidad de una literatura”, pp. 160-161.
[11] Abelardo Bonilla, “Yolanda Oreamuno”, pp. 183, 184.
[12] Rima de Valbona, “Yolanda Oreamuno: el estigma del escritor”; en línea: file:///C:/Users/HP/Downloads/yolanda-oreamuno-el-estigma-del-escritor%20(3).pdf
[13] Ídem.
[14] Idem.
[15] Ídem.